jueves, 25 de enero de 2007

De la noticia a la ficción

Reseña del libro "Literatura y periodismo", de Albert Chillón

Un gran abrazo se cierne sobre el periodismo y la literatura: un abrazo que todo lo ha leído y todo lo quiere conjugar en lúcida unión. Y de ese ambicioso anhelo ha tenido que nacer, necesariamente, la obra con la que Albert Chillón empuja a los estudios comunicativos un paso más hacia delante. Este periodista convertido en docente empezó su andadura por ese sendero poco transitado que es el periodismo narrativo hace ya 20 años, cuando encauzó su tesis doctoral hacia el estrecho vínculo que guardan periodismo y literatura. El tiempo pasado le ha visto publicar numerosos artículos y varios libros e impartir clases de esta misma materia en la UAB. Debido a la poquísima bibliografía disponible sobre el tema –apenas estudiado con rigor hasta la fecha-, y a la calidad del trabajo de Chillón, su obra se ha convertido pronto en manual de referencia y guía para quienquiera que tenga un interés serio en la materia, y su nombre es invocado como autoridad allende los mares. Nos hallamos, pues, ante un trabajo vital que nació en 1985 y que se nos presenta hoy compendio madurado y ampliado, de la mano de uno de los mayores especialistas en la materia. Bienvenido sea.

Literatura y Periodismo tiene un mucho de nueva mirada al pasado y un poco de vislumbre futuro. El libro se divide en cuatro grandes secciones, siendo la primera y la última las más novedosas y de más sugerente interés en la perspectiva de los estudios comunicativos. Las dos secciones centrales, que constituyen el volumen más importante del libro, son un erudito compendio de la historia de la literatura y del periodismo occidental, y un análisis atento a sus evoluciones paralelas. Baste aquí con reseñar que el lector necesitado de información e interpretación hallará en esas páginas una respuesta organizada, documentada y lúcida a sus preguntas (fácilmente consultable como obra de referencia gracias a los índices temático y onomástico que incorpora el libro).

Hombre de palabras, el discurso de Chillón es siempre preciso pero grandilocuente, con tendencia a realizar piruetas sintácticas en las que hace gala de un léxico culto y un cuidado especial por las metáforas (degusten el originalísimo sabor ceniciento de expresiones como “nichos de ortodoxia”). Un estilo que, sin embargo, y pese a su vocación de claridad, puede llegar a caer en el arcaísmo y la elucubración cansina –hay cuestiones que se plantean una y otra vez en capítulos distintos- y hacer desistir al lector de cultura media y buena voluntad que se adentra en el volumen sin diccionario a mano. Y a la densidad estilística cabe sumarle, aún más, la de bagaje: Chillón se mueve con soltura en vastos océanos de datos sin molestarse demasiado en dar explicaciones contextuales, por lo que al lector poco avezado quizás le convenga un mapa de mares literarios para no perderse en la argumentación.

Pero vamos a por la carne fresca. El giro lingüístico: ése es el cristal con el que debe leerse a Chillón, a petición suya. El libro se abre, y no casualmente, con un importante posicionamiento filosófico que cala toda la obra: la convicción de que lenguaje y pensamiento es una misma cosa, que el lenguaje es creador de realidad en cuanto que siempre la interpreta y que a la vez es herramienta indispensable para nuestro conocimiento del mundo. Podríamos cuestionar algunos de estos postulados, pero al fin y al cabo no son exclusivos de Chillón y él los presenta como marco, no como materia propia. Así pues, parece más relevante un estudio detenido de lo que constituye, puramente, su aportación concreta: el comparatismo periodístico-literario.

COMPARATISMO PERIODÍSTICO LITERARIO (CPL)

En la cuarta sección Chillón nos propone, explícitamente y como quién ha hallado una nueva y revolucionaria vía de interpretación, la fundación de una nueva disciplina que se encargue del estudio de las relaciones entre periodismo y literatura a la que bautiza como “Comparatismo periodístico-literario”. Le llama CPL, para abreviar –y algo en la nomenclatura huele a chamusquina daliniana- y se supone que de su desarrollo nacerán afirmaciones capaces de poner en entredicho algunas de las premisas que afirman los paradigmas dominantes. Reconoce que se trata de una derivación de la literatura comparada, pero con un marco teórico ad hoc, combinación de hipótesis y metodología.

¿Pero existe realmente ese nuevo marco teórico y metodológico ad hoc? No: lo verdaderamente nuevo es estudiar comparativamente dos materias que hasta la fecha se habían estudiado por separado, pero las técnicas aplicadas son cedidas, todas, por otras disciplinas. Pero vamos a encontrar nuevas e interesantísimas relaciones, nos dice el autor, si abordamos ésa comparación necesaria. Y es aquí donde encontramos una de las más importantes aportaciones de Chillón: la concreción de futuras vías de análisis que él, debido a su amplio conocimiento de los dos campos, ya intuye a priori y especifica.

EL SALTO NO DADO

Hay que decir, sin embargo, que si bien estas aportaciones de cuestiones concretas son lúcidas y prometedoras, su peso en el libro no es comparable al de las mucho más abundantes alusiones a “grandes revelaciones” que aportará el CPL pero de las cuáles Chillón no acaba de dar cuenta.

De la misma manera, tras la exposición de la complejísima -por hiperestructurada- armadura conceptual que el autor esgrime, se echa en falta una reflexión sincera sobre las conexiones que el mortal de a pie sí intuye entre el periodismo y la literatura. Conexiones mucho más ligadas, posiblemente, a la estética de la recepción y sobre todo a la actitud del texto para con la vida, y no a sus características morfológicas, estilísticas o tematológicas –que son las características en las que Chillón basa mayoritariamente su análisis comparativo.

Otro ejemplo de extraño estancamiento en viejos postulados: ¿qué papel juegan, en la obra de Chillón, lenguajes narrativos periodísticos tan absolutamente influyentes como el de la televisión y la radio? El periodismo que él contempla, en el que se basa para sus hipótesis y al que recurre como ejemplo (en una edificante demostración de dominio bibliográfico de la materia) es, casi sin excepción, el periodismo de prensa. No deja de resultar curioso cuando él mismo alude, acertadamente, a las mutuas influencias entre literatura y otras “formas de producción artística, comunicativa o discursiva”, sean lingüísticas o no lingüísticas –y recordemos que imparte una asignatura universitaria dedicada precisamente a esas relaciones. Pero dichas alusiones son muy secundarias en comparación al peso del papel, y a menudo sólo le sirven de sustento para validar –una vez más- lo oportuno de la comparación entre periodismo y literatura.

Parece que la voluntad de Chillón para salirse de las viejas miradas le permite descubrir sus errores pero no es capaz de dar el salto en pro de una concepción realmente novedosa: ¿es necesaria la construcción de una teoría tan sistemática que intente analizar centímetro a centímetro la historia del periodismo? ¿No estaremos, en nuestra ansia irreprimible de control y clasificación para capturar la verdad, constriñendo la realidad literaria y dándole la espalda a lo que realmente constituye su esencia distintiva? El moderno intento de Chillón se queda en un movimiento cobarde en el último momento, para volverse hacia el estudio pormenorizado cuando quizás lo que esté necesitando el periodismo narrativo es una afirmación valiente. Pero la mera denuncia de necesidad de cambio ya es, si más no, un paso hacia la modernización de la concepción literaria.

EXHAUSTIVIDAD Y EXPERIENCIA: BASES SÓLIDAS

Hay en esta obra una voluntad de exhaustividad y trabajo fundacional que lleva a Chillón a la presentación y análisis de todos los conceptos, empezando por la misma “comparación” y buscando en la Historia su uso recurrente como método gnoseológico: a base de citar ejemplos de autores que le han precedido en su fe por este método, busca la validación de su apuesta. Esta actitud no deja de resultar paradójica cuando viene de alguien cuyas premisas parten siempre de una negación de la validez de la tradición por el mero hecho de que sea algo repetido. Se echa de menos, en este caso, una defensa de la “comparación” como fructífero método de conocimiento que se blandiera con las que le son sus armas propias: la capacidad de despertar conexiones desapercibidas, fuentes comunes, etc. Por otra parte, parece impropia tal exposición de conocimiento enciclopédico cuando de lo que se trata es de presentar, supuestamente, una nueva propuesta metodológica, que el lector anhela conocer y que se hace mucho de rogar entre tanto prólogo ilustrado. La propuesta queda excesivamente oculta ante el alarde conocimientos, que servidora juzga innecesario en este caso.

Es justo decir que la innegable erudición enciclopédica de Chillón y su capacidad crítica no están solas: vienen con una experiencia sólida tanto en el mundo periodístico y, sobre todo, en el académico, que le permiten un conocimiento de primera mano de la realidad de la profesión y su situación actual. Este libro habla, pues, de la materia prima con la que lidia el autor en su día a día, y esa frescura de lo que se conoce por experiencia propia lo sitúan muy por encima de cuantas disertaciones teóricas se han pretendido hacer por aquellos que sólo participan de uno de los bandos.

EN CLAVE DE FICCIÓN

Es de agradecerle al autor que, en su planteamiento de un nuevo foco de atención en los estudios comunicativos, de completamente por superado aquellos viejos paradigmas que consideraban a los medios de masas bien ventana sin filtro a la realidad (la versión inocentona), bien instrumentos de dominio, inoculadores de ideología (la versión conspirativa). Chillón deja claro que los estudios más recientes apuntan a una visión mucho más matizada y más real, según la cuál los medios no determinan la opinión pública pero sí los temas sobre los que opinar. Esta idea tan asumida por Chillón, no es, sin embargo, tan obvia en las facultades de periodismo, donde muchos docentes de la vieja escuela siguen insistiendo en la visión conspirativa y manipuladora, que es, con mucho, la que predomina en sociedad.

Según las nuevas teorías, la mayor influencia de los medios se da a través de la tematización. Y aquí es donde el estudio comparativo que propone Chillón se vuelve sumamente relevante para todos, mucho más allá de las fronteras del mundo académico: y es que existe entre el periodismo y la literatura un punto de conexión en concreto del que todo consumidor de medios debería ser consciente para poder ser responsable de su consumo. Me refiero –lo hace el autor-, precisamente, a la inevitable tendencia periodística a “narrativizar” las noticias, a contarlas según los parámetros que nos ha legado la tradición literaria, esto es: con estructuras de introducción, nudo y desenlace, con personajes tipificados (el bueno, el malo, el amigo), con mitos, símbolos y lugares comunes que el sentido común popular identifica inmediatamente y que sirven de clave interpretativa, a menudo simplificando la realidad a una sola de sus facetas.

La clava Chillón como mariposa en el corcho cuando alude a la descarada novelización de parcelas informativas como los negocios, la política o el deporte, y vuelve a rozar la llaga cuando habla de hasta qué punto los periódicos convierten a algunos actores sociales reales en personajes, caracterizados como héroes, estereotipos, protagonistas o figurantes. Nuestra mirada sobre el mundo tiende a empalabrarse en clave de ficción: esta certeza es la que late en una obra que no le pasará desapercibida a la consciencia.

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