domingo, 28 de octubre de 2007

Sing it!

Se reclama contenido en la bitácora y yo sin embargo apenas me veo capaz de salir de la música... Si todas las artes son modelaciones del magma interior, posiblemente la literatura sea la más estructuradora de todas ellas. Y a un magma revuelto y reptiliano como el mío, si algo le falta es estructuración. ¿Cómo, pues, generar letras hiladas? ¿Cómo saltar de las explosiones concretas de intensidad infantil a una altura respetable que me permita sosiego, si todo aquí es inestable? Y sé que nadie me pide hablar desde cimas contemplativas, pero a mí me tira el paisaje completo, la visión vasta, y los detalles se me enzarzan en las manos y no me permiten movimiento. Por eso (ay, suspiraría el poeta), el silencio.

Y sin embargo, la música. Eso sí. Dos corales en medio año: un coro amateur femenino y un coro mixto e infantil pero mucho más serio. Tres conciertos. Este blog no ha visto demasiadas confesiones, pero será quizá que es sábado noche y yo creo re-sentir la fiebre y necesito grafoterapia. Y como esto de la música se va a acabar para mí al menos por una temporada, bien vale quizá una puntada final que remate el cosido de la historia.

1991. De siempre lo mío eran las letras, se supone. Mi sentido del ritmo y capacidad de baile, heredados de mis padres y nunca cultivados, han sido siempre abiertamente mediocres. Como me quisieron educar en un cole de estos progres y eficaces, se me enseñaron las bases para tocar instrumentos varios, desde cosas algo complejas como la flauta hasta las más básicas castañuelas o panderetas, además de nociones básicas de solfeo y cosas tan divertidas como dibujar claves de sol. Lo que pocos saben, sin embargo, es que hice clases particulares de piano. No sabría decir si fue un año o dos. Las impartía una gran referencia de mi cole, mujer culta y versada, hija de pintor, a la que le gustaba llamarme juditha en público, quizá por mi eslavo y pronto aspecto, por mis coletas y mis coloretes perpetuos (sí, de peque yo tenía color en las mejillas, la palidez vino luego). La Vento -que así se llamaba mi tutora- me advirtió siempre que si quería ser pianista ya podía ir olvidándome de tener manos bonitas. Yo no entendía cómo podía estar ella tan convencida de que a mí se me hubiera pasado ni remotamente por la cabeza ser pianista, pero seguía asistiendo a clases en aquella casa en la que entraba poca luz y los gatos campaban a sus anchas. Se me entrelazaban por las piernas mientras yo sujetaba bajo el brazo mi carpeta azul con mis tres pentagramas imposibles. A veces llegaba algo antes y asistía a los últimos minutos de la clase anterior, en la que siempre alumnos aventajados conseguían maravillas de aquél trasto negro y pesado al que yo no llegaba ni a acariciar los pedales. Aquello, un día, simplemente terminó.

1998. De aquellas clases se comprende que con el tiempo yo acabara comprando un teclado, que durante años se paseó entre la cómoda de mi madre y la mía, molestando siempre, cubierto con una sábana rosácea y suave con la que mi madre protege del tiempo a casi todo. Pero no, nunca llegué a tocar con propiedad, y ni siquiera sin ella. El flow no maduró. Y siete años más tarde me encontraba yo en fase 2. Fue entonces cuando, en un viraje de círculo social, me rodeé por varios flancos de cantidad de gente relacionada con la música, que o bien tocaban consolidadamente un instrumento o bien sabían de música. Y yo llegaba con mi escueto bagaje de cantautores (Sabina forever) y poco más. Para sintetizar, digamos que en aquella época gente paciente me educó en la materia. No sé las veces que L. debe haber intentado desde entonces enseñarme los acordes básicos para canturrear en el parque -durante el último San Juan nos repasamos vis a vis todo el puñetero cancionero, ella a la guitarra, claro. Fueron tiempos de cintas, de letras fotocopiadas, de memorizar y de inventar... pero el disfrute real estaba ahí, y yo lo notaba. Canturrear. Pff...

2007. No tenía planeado para nada hablar de esto con estas marcas temporales, y acabo de darme cuenta del ritmo circular del asunto... Hay manzanas que vuelven una y otra vez, pero embadurnadas con azúcares diferentes. Este año, después de la espinita de no escenario de mi intento teatral del invierno pasado (¡eres un zapato!), frustrado por accidente de moto ya reseñado en este blog, aún no sé cómo me dio por hacer búsqueda en google. Corales barcelona. Dos semanas después, C. y yo estábamos a las puertas de un cole en la otra punta de Barcelona esperando el primer ensayo (C. es que en cuanto me oye canturrear en el trabajo levanta la cabecita, medio sonríe y se me une, es engrescadora). Sentadas en un banco, una jauría de mujeres cruzaban diálogos propios de los 35-45 y nos sonreían. El director del coro era un argentino divertido con tendencia a la migraña que nos enseñaba tangos y música negra y luegos los viernes se iba a tocar música experimental en baretos del born de mala muerte con su novia de rizos claros y botas de tacón. Los cinco minutos del primer ensayo decidieron mi corta carrera como cantante: "eres contraalto".

Me recuerdo aquella noche buscando en la wikipedia. ¿Contra qué? Ah, las mujeres graves. ¿Será la mala vida? ¿O mi capacidad torácica? ¿Cómo viene definido eso? Claro, de repente, una nueva clasificación humana, y yo sin saberlo... Imagine. Total: que me di al vil canto. Dos meses después dábamos el primer -para mí- y último -del curso- recital cerca de la estación del norte. Cantamos con un montón de críos y aquello fue tremeboso pero increíble. Los críos eran de lo más emocionante que recuerdo en el último año. Nuestro concierto fue más bien mediocre, pero disfruté tanto poniendo los pies sobre el escenario que debió de notárseme el desboque.

Malena canta el tango-tango como ninguna
Y en cada verso pone su corazón...

Fin del concierto y apoteosis, pero es lo que tienen las corales vinculadas a colegios: llega el verano y todo se va al garete. Pero yo seguía en esta ciudad estrecha y había ganas de seguir cantando, aunque sin opción a canalizarlas. Y un día de cafés con M., entre angustia y angustia laboral, no sé cómo nos dio por saltar a las actividades extraoficina y me encontré con una puerta abriéndose: ensayamos en el hospi, los lunes, todo julio, y luego concierto. ¿Te vienes?

Mi segunda prueba de voz me reetiquetó: contraalto. De nuevo en la otra punta de bcn (¿no hay corales en sants? el orfeó no cuenta), me vi en una parroquia entonando música renacentista, en un semicírculo en el que el 70% de los miembros era menor de 17. De los cantos eclesiásticos pasábamos a Lluis Llach y algo de folklore, eso sí, siempre en adaptación catalana. Cantamos adaptaciones de tradicionales inglesas y finlandesas que hablaban del "freser" i les "vinyes". Pero eso sí: cuando esa gente se ponía seria, aquello sonaba de verdad. Cantamos en Vinaixa, y meses más tarde, en Argentona. Un lecho de voces cabalgándose mientras cuatro timbres de profundidad y modelación ejemplares edificaban los pilares de la composición. Armonía. Y cuando la cosa encajaba, se podía palpar la conjunción, era una especie de transformación... era ser la música y moverse en ella, crear con ella.

Ombra dolça d'un lladoner
i un test amb flors al finestral...

Y bueno, hasta aquí llega la historia. Estos días la música ha vuelto a mis viajes matutinos en la moto (canto entre los coches, en los semáforos, cuando le doy gas) y ha vuelto a mis horas vespertinas en la oficina, cuando ya es muy tarde para solventar nada grave, se han acabado las reuniones y sólo queda poner orden, pero algo se agita dentro. Et alors, it must be sung.


6 comentarios:

Milk dijo...

Alaska dijo una gran verdad. Lo importante nunce es cantar bien, sino tener actitud.

La pasión, la pasión. (Y no estoy insinuando q cantes mal ¿eh?)

Judith Argila dijo...

jajaja

XD Pasión, claro que sí... eso mismo dice mi jefe cuando se habla de condiciones salariales, hay que hacer las cosas por pasión, pasión!

Nos iremos un viernes a cantar al sitio ése en plan gospel, milkycris? Algún viernes con fuerzas, que hayamos conseguido dejar losas internas en casa, sí?

This old hammer... kill John Henry... But it won't kill me... Won't kill me!

Milk dijo...

Claro!!

Yo todos los viernes dejo losas en casa. Más difícil sería si fuese un lunes ;)

Anónimo dijo...

...Quan l'ocell ja pot volar tot sol, i deixa el niu i emprèn el primer vol...

Que consti que no m'agrada que hagis marxat, però altres coses tindràs.

Viu-les, i torna per explicar-les!!

Unknown dijo...

Què emocionant aquesta nostàlgia cíclica i organitzada de la música! És el seu esperit, per mi més evocador que el de la resta d'arts, el que el fa màgic, i a nosaltres immortals mentre som sensibles.
A l'Adinoi trobo a faltar una contralt, però em fa feliç saber que cantes per alegrar-te el dia en algun altre lloc en cada moment.

M.

P.D. Mulikycris... creo que te conozco! (Cola de matriculación de la UB, te suena?)

Milk dijo...

Sí, sí.

MilkyCris también conoce a Dunadesal.

Entré en el link pero era a un blog privado! ;)