miércoles, 22 de noviembre de 2006

La puerta que da a la noche (III)

Un ensayo sobre la cultura postmoderna a partir de la obra de George Steiner, “En el castillo de Barba Azul”. Para ver el primer post de la serie, click aquí. Para el segundo, acá.

Y con Dios y la cultura murió el padre...

DESAMPARO Y DESASOSIEGO

La muerte de la fe en la cultura es, en realidad, un segundo golpe: el primero llegó mucho antes, a finales de siglo XIX, cuando Nietzsche explicitó, al anunciarla, la muerte de Dios. Sólo un pequeño inciso antes de continuar con esta idea: lejos de entrar en cuestiones religiosas, lo que se pretende aquí es reflexionar sobre cuestiones culturales. Y en lo que a cultura se refiere, como advierte Steiner en la primera de sus conferencias, nuestra herencia no es tanto lo real, “el pasado literal”, como el pensador señala, sino las “imágenes del pasado”, el imaginario común que nos es legado y que estructura en buena parte nuestras percepciones e interpretaciones de la propia historia.

Según esta idea, la importancia del anuncio de Nietzsche, lejos de estar en su correspondencia con la verdad, radica en el legado de una imagen. Es la explicitación de un sentimiento que dejará clara huella en el hombre y en la cultura occidental: la “muerte del padre”, la desaparición de los referentes preestablecidos: el desamparo.

Con el chapucero intento de dar muerte a Dios y con el intento, mucho más próximo al éxito, de dar muerte a aquellos que lo habían “inventado”, la civilización entró precisamente como lo pronosticó Nietzsche en un período de “noche y más noche”.

La pérdida de fe en el hombre fue, por ser el segundo golpe, quizás también el más letal, pues atacaba la última instancia, el último bote salvavidas que podía dotar de cierto sentido a la existencia cuando éste sentido ya no podía darlo la religión. Esa confianza en el hombre era, a la vez, justificante y motor de impulso que empujaba a la sociedad hacia un progreso en el que se creía, que prometía evolución, mejora, un avance hacia delante. En palabras de Steiner, la humanidad pierde la capacidad metafísica y técnica de “soñar hacia delante”, das Princip Hoffnung, como lo atinara a nombrar Ernst Bloch.

LO IRREVERSIBLE

Lo fatídico es que el pesimismo reinante no es puntual ni responde a unas circunstancias concretas que, una vez superadas, nos devolverán a nuestro estado de esperanza. La constatación de que la actividad política y la razón no fueron capaces de frenar las matanzas del siglo XX, desde la Primera Guerra Mundial hasta la guerra de los Balcanes o la masacre de Darfour nos devuelven a un estoicismo previo a la euforia positivista que, sin embargo, sumado al convencimiento de “la muerte de Dios”, se convierte en un pesimismo sin precedentes en la historia. Steiner ahonda mucho en este aspecto:

Pero en nuestro retorno a estos paradigmas anteriores, más “realistas”, hay un elemento espurio y, por lo tanto, psicológicamente corrosivo. A diferencia de Pascual y de De Maistre, muy pocos de nosotros sustentamos en realidad un concepto dogmático, explícitamente religioso, de los desastres personales y sociales del hombre. Para la mayoría de nosotros, la lógica del pecado original y la imagen de la historia como un proceso de purgatorio son, en el mejor de los casos, una metáfora. Nuestra visión pesimista, a diferencia de un verdadero jansenista, no dispone de un principio de causalidad ni de una esperanza de remisión trascendente.

Ya no se concibe que el progreso de la historia sea una curva ascendente; desde la dialéctica histórica, que debía desembocar en el imparable triunfo del pueblo en el poder, hasta la confianza ciega del positivismo en la ciencia, liberadora de la sociedad, y en el desarrollo del hombre: todo parece un ingenuo y brutal error de cálculo sin vuelta atrás.

Esta inestabilidad de un terreno esencial y las evasiones psicológicas que dicha inestabilidad implica caracterizan a buena parte de nuestra actual postura. Realista y al propio tiempo psicológicamente hueco, nuestro nuevo pesimismo es un factor determinante de la poscultura.

Es, en resumen, la desaparición de los grados de valores, de las jerarquías, de los límites definidos y referenciales, la característica principal de nuestra época postmoderna. La falta de patrones –porque los que teníamos han fracasado rotundamente- nos deja necesariamente enfrentados a la construcción de nuevos planteamientos.

JUDITH ARGILA

0 comentarios: